Crianza y educación

¿Es posible educar sin castigos? Entrevista a una experta

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Educar sin castigos puede sonar complicado, es mas fácil explicar el concepto de que se puede educar sin recurrir a nalgadas y ningun castigo físico, pero cuando hablamos de no usar los castigos en absoluto a veces te preguntan ¿y entonces como hago para que obedezcan?

Entrevistamos a Mireia Long, codirectora de La Pedagogía Blanca, quien nos habla sobre los castigos y que alternativas tenemos para educar sin usarlos.

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Educar sin castigos, ¿como se logra?

Vamos a centrarnos en el castigo evidente, en eso tan claro de decirle a un niño que está castigado por no hacer lo que le hemos mandado o por saltarse una norma o límite. Esta fórmula de castigo, penalización por la acción realizada, presupone que el recibir un refuerzo negativo cambiará la conducta del sujeto. La realidad humana es mucho más compleja y los castigos realmente no logran modificar las conductas. Por eso esos niños a los que castigan mucho rara vez dejan de “necesitar” ser castigados.

Por supuesto que podemos no usar esa técnica. Tengamos claro que los castigos van más allá de eso, son la privación de atención, el uso del tiempo fuera, las palabras insultantes y humillantes, los gritos y la pérdida de privilegios, pero podemos ir más allá, y plantearnos cuando nuestros comentarios, bienintencionados, puedes suponer una culpabilización del niño por no cumplir nuestras expectativas.

Poco a poco iremos cumpliendo objetivos, pero el primero es ese, no usar el castigo directo, que nos puede salir automáticamente, o podemos caer en usarlo cuando estamos desbordados o realmente preocupados por la seguridad y la integridad de nuestro hijo o de otras personas.

El primer paso es comprender el alcance de los castigos, las razones por las que los usamos y los efectos reales que tienen en nuestro hijo. Una vez comprendido esto, pasamos al compromiso personal y con él de usar otros métodos para afrontar los conflictos que puedan surgir.

Y finalmente usar otras herramientas mucho más respetuosas y asertivas para manejar las situaciones de conflicto, negociar y explicar las normas y acompañar las emociones y la frustración. En esos tres pasos el avance es enorme y ya podemos erradicar el castigo, pues tenemos otras estrategias de comunicación y relación con nuestros hijos.

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En ocasiones pensamos que los,castigos son una forma valida de educar por que son “consecuencias” , ¿un castigo es una cosecuencia real?

Una consecuencia deviene naturalmente, irremediablemente y sin actuación externa que la imponga, de lo que ha sucedido. Todo lo demás es añadido, puede ser una explicación, puede ser acompañamiento en la frustración que se deriva de la consecuencia, puede ser exposición de la responsabilidad del hecho objetivamente hablando, pero un castigo es otra cosa, por mucho que lo disfracemos.

Antes de hablar de consecuencias directas, muchas veces nos perdemos en el camino, imponiendo a los niños expectativas, normas, límites y obligaciones que no pueden cumplir, que les sobrepasan o que chocan con sus necesidades. En esos casos, quizá, más que hablar de consecuencias provocadas por el niño somos los adultos los que provocamos que él no pueda cumplir con lo esperado y le castigamos por ello. Tendríamos, primero, que ser valientes y valorar que estamos exigiendo y cuales son las razones verdaderas, más allá de lo simplemente observable a primera vista, que hacen que no se haya cumplido lo que queríamos de él los adultos.

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¿Que tipos de castigos hay, son solo físicos o hay psicológicos también?

Los castigos físicos son un eufemismo, los castigos físicos son violencia, agresión al niño y son, al menos en España, ilegales. Nada jamás justifica que se pegue a un niño.

Los gritos, especialmente cuando están acompañados de palabras hirientes, descalificaciones, insultos, humillación, son una forma de agresión también.

Cuando hablamos de castigos me gusta centrarme en el típico: “castigado sin salir”, “si no haces los deberes te quedas sin televisión”, “has suspendido así que no vas a jugar a la Tablet como castigo”, “le has pegado a tu hermano, o has cruzado la calle sin permiso, o me has mentido, o no has comido lo que te he puesto o no has recogido los juguetes, me has contestado mal… así que te voy a castigar”.

Todo esto lo hacen los padres pensando que con ello ayudan a su hijo a ser más responsable y más respetuoso con otras personas, pero la cuestión es que esto no funciona, no sirve para evitar esos comportamientos y, a la larga, disminuye la confianza del niño en nosotros, que nos ve como enemigos a los que engañar para evitar el castigo.

Además, le crea ira, enfado, pena, sensación de injusticia. No se siente escuchado ni comprendido, y, desde luego, no comprende la necesidad de ciertas normas (que habría que revisar si son adecuadas) y no le hace desear, realmente, estar comprometido con ellas.

Me han dicho, que si no se pega y no se castiga los niños no entienden, ¿de que forma se puede disciplinar sin castigar?

A mi chirría la palabra disciplina, pues tiene una connotación de autoritarismo o de castigo si no cumplen lo exigido. Yo apuesto por hablar de autonomía, compromiso, responsabilidad, autoconocimiento y respeto a los derechos de los demás.

El diálogo, la presencia, las explicaciones, la escucha activa, la comunicación respetuosa y la gestión positiva de los conflictos funcionan mucho mejor y no dañan al niño. En el taller “Educar sin castigar” os damos 10 herramientas concretas que son alternativas al castigo y son realmente efectivas, y que, además, benefician al niño y le hacen tener una relación de confianza con nosotros.

El temor de muchos padres y madres es que si no aplican ningun “correctivo” sus hijos creceran como unos maleducados o delincuentes, ¿que nos puedes decir de esa idea?

El respetar el derecho de los demás y no ejercer nuestra libertad o capricho sobre los derechos de los otros. Nuestro bienestar real forma parte del bienestar de los otros.

Los límites son el respeto. Con un bebé los límites son diferentes, pues el bebé es pura necesidad. Necesita el pecho, aunque consideremos que ha comido bastante. Necesita nuestros brazos y nuestra compañía en la vigilia y en el sueño. En esa etapa, nuestras necesidades son menos importantes, pues el bebé puede necesitarnos a costa de nuestro descanso. Pero incluso entonces debemos ser conscientes de lo que necesitamos también nosotros y tratar de comunicárselo con dulzura y empatía.

Sin embargo, a medida que crece el niño y va comprendiendo el lenguaje, la educación que le vamos a dar los padres es fundamental, tanto hacerla de manera respetuosa y no ejerciendo una autoridad incuestionable o imponiéndola con castigos, gritos o golpes, como el transmitir también nuestras necesidades, pues solamente mediante una guía responsable y coherente conseguiremos que el niño sea realmente empático y sepa respetarnos como personas con los mismos derechos que ellos.

Educar con respeto, no es ser esclavos del niño, plegarnos a sus caprichos más peregrinos o permitir que nos falta a nosotros o a otras personas al respeto. Si no se pega, no se pega. Es decir, nosotros no pegaremos, pero tampoco podemos consentir que el niño pegue, o insulte o manifieste sus caprichos de manera agresiva.

La diferencia estriba en saber distinguir lo que es necesidad primaria y lo que es una necesidad reflejada, algo que merece un tema más extenso. Pero, resumiendo, un niño no necesita hincharse a helados o bollos, no necesita correr por un restaurante molestando a camareros y comensales, no necesita machacar a los otros niños o a sus padres con gritos o enfados si no se cumplen todos sus deseos.

Tan triste me parece el niño que nunca puede ser un niño y correr en libertad por miedo a un cachete o a un insulto como el niño que crece sin entender que relacionarse con los demás supone un ejercicio de responsabilidad y empatía bilateral.

Sin chantajes ni etiquetas, también es nuestra obligación, igual que nos ponemos en su piel y entendemos sus sentimientos, explicarle el nombre de estos y como funcionan en las otras personas. Si nos molesta que grite o ponga la televisión a todo volumen debemos explicarlo sin perder la paciencia, desde pequeños, para que crezcan como personas completas y seguras.

La seguridad del niño y la confianza en sus padres se cimenta en la empatía mutua, paulatinamente educando en la reciprocidad y el entendimiento de que ni somos los adultos los que nos imponemos en nuestros deseos siempre ni los niños tienen derecho a molestar a los demás por el hecho de serlo.

Educar en empatía no es educar sin límites ni convertir a los niños en salvajes egoístas, sino todo lo contrario, ayudarles a ser responsables de sus actos y respetuosos con los demás.

Los límites físicos son comprensibles y los niños los asumen por experiencia. Los límites en el comportamiento se aprenden del ejemplo y de la coherencia, no dándoles carta blanca para cualquier comportamiento por muy molesto que sea, sino exponiendo las razones por las que hay un lugar y un sitio para todo. No debemos temer poner límites a los comportamientos inadecuados, con paciencia y sin violencia, pero hay que ponerlos y explicarlos.

No podemos confundir educar con respeto con educar niños sin límites, pues precisamente educar es formar personas responsables que sepan respetar a los demás y entenderlos, empezando por respetarlos y entenderlos nosotros, pero no quedándonos en eso y dejando que la naturaleza siga su curso sin control.

El miedo forma parte de ser padres. Cuando traemos un ser al mundo y amamos a ese niño más que a nosotros mismos, descubrimos que ser padres es una responsabilidad inmensa. Ese niño amado depende de nosotros no solo para su supervivencia directa, sino también para su felicidad y la capacidad de vivir una vida con sentido y con seguridad. Así que nos da mucho miedo no hacerlo bien.

No tenemos muchas veces bastantes herramientas de autocontrol, de educación respetuosa o conocimientos sobre la psique infantil. Y, si encima estamos cansados, agobiados y en tensión, si el niño nos pone en una situación difícil, no somos capaces de pensar con claridad y reaccionamos en automático, usando lo que con nosotros usaron.

Además, existe el miedo de que el niño crezca sin límites, que no sea responsable o que no respete a los demás. Si vemos que hace algo que nos indica que eso podría suceder, acudimos a la medida de control más fácil y lo menos violenta que se nos ocurre. No le pegamos, tratamos de no insultar o gritar, pero usamos el castigo, que los psicólogos conductistas de moda tanto propugnan como la panacea a nuestros problemas o temores.

La cuestión es que el castigo es atractivo, parece simple, no nos exige aprender y puede tener efecto a corto plazo. Sin embargo las consecuencias son duraderas y también duradera su inutilidad para mejorar la relación con los niños y su capacidad de responsabilidad automotivada.

¿Qué efecto tiene un castigo?

Primero, el castigo no enseña responsabilidad real, sino el que determinadas conductas son punibles, lo que no incide en que el niño, especialmente el niño pequeño, reconozca la razón por la que su acción no es adecuada y no le proporciona las herramientas para cambiarla. Lo que mejor aprende es la ocultación, el miedo y el intentar que sea otro el que pague sus errores.

Segundo, le señala ante otros, especialmente si es castigo es público y mostrado frente a sus compañeros. Si el castigo a un niño pequeño supone separarlo del grupo, mandarlo a una clase de “bebés” o ponerle una marca (aunque sea una pegatina triste en su cara o un panel), fomentamos la estigmatización, el lenguaje agresivo no verbal y hacemos que el niño se sienta frustrado y humillado ante otros, lo que, más que ser positivo, engendra resentimiento, tristeza o furia.

Muchos adultos cuentan que llegan a los 30 o los 40 años y se dan cuenta de que no tienen recursos para manejar las situaciones de conflicto, que les da miedo expresar sus opiniones o no lo saben hacer sin agresividad, que han perdido la capacidad de creer en sí mismos y en sus sueños. Y todo esto es, en gran medida, consecuencia de una infancia en la que el castigo, que provoca miedo y desconexión, les marcó.

Seguro que te reconoces o reconoces a personas de tu entorno en este ejemplo. Y no quieres eso para tus hijos. Sabes, a estas alturas, que el castigo no motiva, no empodera, no enseña responsabilidad auténtica y hace sentir al niño humillado y rabioso, como te pasaba a ti cuando te castigaban cuando eras pequeña tus padres o tus maestros.

Si estás en esta situación y no quieres que el castigo sea el recurso al que acudes, en automático, cuando tienes un conflicto con tus hijos, es que necesitas nuestras 10 claves para EDUCAR SIN CASTIGAR y vas a aprender muchísimo en nuestro taller próximo. El 14 de julio, a las 22 horas (hora local de Madrid) emitiremos este curso en directo pero, si no puedes estar en ese momento, podrás igual, al apuntarte, verlo en diferido y todas las veces que quieras.

Te vas a sentir mucho más segura de tu crianza respetuosa, manejarás mejor las críticas y las presiones del entorno, te comunicarás con tus hijos sin violencia y ellos mejorarán su actitud y su capacidad de respuesta cuando las normas o límites que les pongas les causen frustración. No hay una receta mágica e inmediata, pero si te aseguro que con estas 10 claves para EDUCAR SIN CASTIGAR que te vamos a dar el cambio va a producirse y va a ser mucho mayor de lo que imaginas.

Nosotras lo sabemos, nosotras lo hemos vivido, nosotras NO HEMOS CASTIGADO JAMÁS a nuestros hijos y son ahora adolescentes y adultos con una gran empatía, colaboradores, respetuosos, libres de criterio, sin miedo y con una gran seguridad en sí mismos. Nosotras confiamos absolutamente en ellos y ellos en nosotras. Y queremos que puedas disfrutar de algo así en tu vida.

Muchos padres, incluso los que repudian el más mínimo castigo físico y están trabajando intensamente para no gritarle a sus hijos, no encuentran más solución que la imposición o, si son desobedecidos, el castigo.

Realmente se encuentran sin más herramientas que las que han recibido ellos de niños y las que aplica el entorno para educar a sus amados pequeños y lo hacen, sobre todo, por temor a que el niño pueda correr riesgos o agobiados por excesivas expectativas sobre lo que deben esperar de ellos.

Desde la etapa de las rabietas los castigos, más que mejorar el comportamiento del niño, lo empeorarán y se va entrando en una espiral de violencia emocional y oposición que solo conduce a más castigos como manera de educar, algo que, a la larga, no provoca que el niño sea más comprensivo, responsable y motivado, sino que lo alejan de sus padres, le hacen perder confianza en ellos y en él mismo y hace que, para no ser castigado, se acostumbre a ocultar y mentir.

Además, los padres llegan a usar los castigos para razones completamente absurdas y peligrosas, ocultando los problemas de sus hijos que están provocando las situaciones que disturban a los adultos: peleas entre hermanos, falta de cuidado con las cosas, malas notas, palabrotas, despistes y dejadez en la colaboración en el hogar. Todas esas cosas son síntomas de malestar en el niño: necesidad de atención, desmotivación escolar, cansancio, escasez de juego libre y un número de obligaciones y normas que a veces son prematuras en su desarrollo.

Muchas de esas situaciones, además, merecen y necesitan atención de los padres, para reconducirlas escuchando a su hijo que hable sabiéndose en un entorno seguro y amoroso.

El castigo solo aleja al niño de la idea de un hogar confiable. Aprenderá a mentir y ocultar, y, como mucho obedecerá puntualmente por miedo al castigo, y no por convencimiento de que debe actuar de determinado modo. Es decir, no lo hace responsable y consciente, sino que disminuye su autoestima, le hace sentir humillado, viviendo una situación injusta. Al final, incluso, se sentirá una mala persona y construirá una imagen de sí mismo desvalorizada.

Llegada a la adolescencia la confianza se habrá quebrado y explotará en mayor resentimiento, alejamiento y oposición, algo que podría haberse evitado con una educación realmente consciente, abierta y respetuosa, que partiera de conocer y comprender al niño y acompañarlo en la adquisición de modos de relacionarse sanos y pacíficos.

Pero, ¿existen alternativas reales para no usar los castigos? Sin la más mínima duda, así es. Y os lo contaremos.

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Por eso te hacemos de nuevo este llamamiento. No esperes más y apúntate ahora a EDUCAR SIN CASTIGAR Y CONSIGUE NUESTRAS 10 CLAVES PARA HACERLO. Pincha en el siguiente enlace y participa en el taller.
APÚNTATE AHORA A EDUCAR SN CASTIGAR.

 

Mireia Long

Mireia Long es Licenciada en Historia y madre de un adolescente de 16 años educado en casa. Es, además, activista de los derechos de los niños y divulgadora de educación respetuosa. Toda su trayectoria profesional, como comunicadora, profesora y madre, la ha plasmado, junto a su socia, Azucena Caballero en un proyecto que lleva tres años cambiando de manera efectiva, los conceptos de crianza y educación por medio de la Pedagogía Blanca, un método y un sistema de cursos de formación especializados, que han conseguido que este término se haya convertido en sinónimo de un aprendizaje y una educación centrados en las necesidades del niño y la empatía hacia sus necesidades.

Entre sus programas se encuentran cursos para profesores y maestros, formación general en educación para padres y cursos y talleres breves pensados para que, esta filosofía de la educación, llegue a todo el mundo y sea más accesible.

El jueves día 14 de julio presentó un taller on line, de dos horas de duración, dedicado especialmente a familias, en el que se trabajarán las causas y efectos del uso de castigos, y sobre todo, herramientas prácticas para conseguir erradicarlos en el trato con los niños, logrando, con ello, una relación mejor con ellos y una mayor responsabilidad y capacidad de cooperación, autoestima y seguridad en los hijos.

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Leticia Jiménez
Bloguera y emprendedora, mamá de 2, autora de "Berrinches y rabietas para mamás imperfectas" "De esto no se habla, testimonios de violencia obstétrica" y "Mamá y papá también son pareja" disponibles en Amazon.
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