El educar a los niños siempre es un desafío, más si tenemos información contradictoria o si estamos rodeados de gente que afirma que se educa por medio de golpes, en esta ocasión les comparto este texto, es una entrevista de Mireia Long al psicólogo Ramón Soler sobre el tema pegar a los niños .
Mireia Long es co-directora y fundadora de La Pedagogía Blanca. Experta en antropología de la crianza y la educación, en pensamiento divergente, en establecer límites sin castigos y comunicación no-violenta, en aprendizaje online y cooperativo, en organización de espacios educativos y en altas capacidades.
Licenciada en Geografía e Historia, profesora, conferenciante, madre homeschooler. Ha trabajado además como periodista, publicista y actriz. Autora de los libros: “Una nueva maternidad” y “Una nueva paternidad”.
Ramón Soler es Psicólogo Colegiado Sanitario experto en Terapia Regresiva Reconstructiva, Hipnosis Clínica, Psicologia Pre y Perinatal, Psicología infantil y Psicología de la Mujer. Escritor, Divulgador y Conferenciante.
En la actualidad pasa consulta Online para todo el mundo y Presencial en Málaga (España). Puedes visitar más sobre su trabajo como Psicólogo en : www.regresionesterapeuticas.com y su trabajo como autor en la revista http://www.mentelibre.es/
Mireia: ¿Cómo definirías la crianza respetuosa?
Ramon: Se podría definir como un acompañamiento que atienda al propio desarrollo evolutivo de cada niño, confiando en el proceso interno de regulación de cada persona y respetando, sin forzar o condicionar, sus tiempos madurativos.
Mireia: Es una definición que comparto, pero sé que muchos padres consideran que esto que se viene a llamar crianza natural o respetuosa tiene sus riesgos, pues los niños se terminan convirtiendo en seres caprichosos y sin límites. ¿La crianza respetuosa implica consentir a los niños?
Ramón: Es un error muy frecuente pensar que respetar a los niños significa consentirles todo. Muchas personas han sufrido infancias restrictivas con padres muy autoritarios y no quieren que sus hijos vivan lo mismo que vivieron ellos, anhelan la libertad de la que carecieron en la infancia y, por ello, reniegan de cualquier cosa que se parezca a un límite y permiten que sus hijos hagan todo lo que quieran.
Tanto una opción como la otra son igualmente desestabilizadoras para los niños.
Muchos padres viven la crianza de sus hijos con miedo a marcar límites y, con ello, lo que consiguen es no proporcionar un entorno seguro y adaptado a sus necesidades donde el niño pueda desarrollarse plenamente.
Mireia: ¿Qué quieres decir cuando hablas de límites?
Ramón: Cuando hablo de límites, me refiero a límites físicos, pero, sobre todo, a límites emocionales que les permitan definirse ellos mismos y, también, entender que hay otros niños con necesidades y derechos iguales que los suyos.
Mireia: Entiendo, pero dime, ¿cómo podemos acompañar los padres al niño en su proceso de enfrentarse y entender los límites?
Ramón: En primer lugar, debemos entender que la vida tiene límites. Hay unos límites físicos (no podemos atravesar paredes, ni volar) y, también, en nuestra sociedad, tenemos unos límites morales (no podemos robar lo que nos apetezca de una tienda o pegar a alguien cuando no piense como nosotros).
Educar a un niño significa mostrarle estos límites y, también, proporcionarle herramientas para poder asumirlos de manera sana y sin frustración.
Mireia: Pero, Ramón, lo de hablar de límites muchas veces se malinterpreta y los padres o la sociedad consideran que limitar es hacer que los niños obedezcan o que se adapten a nuestros deseos o a las convenciones arbitrarias adultas sin entender muchas cosas naturales en la infancia.
Ramón: Los límites no son algo caprichoso ni arbitrario, sino que tratan de darle al niño una referencia de lo que es el mundo, de lo que es seguro y lo que no.
Con toda probabilidad, muchos de nosotros hemos crecido entre límites demasiado estrictos y absurdos que respondían al arbitrio de nuestros padres o profesores. Seguro que esas restricciones provenían de sus propios traumas y frustraciones, derivadas, a su vez, de los patrones educativos que ellos mismos recibieron.
Nuestra experiencia infantil con esos límites puede hacer que, cuando seamos padres, recelemos de poner límites, pero debemos entender que los niños necesitan que les enseñemos unos límites coherentes para poder vivir en sociedad.
Mireia: La vida es dura a veces y si les damos todo no van a estar preparados para ella, consideran muchas personas, que procuran que obediencia y frustración actúen para modelar y endurecer al niño. ¿Tú crees que hay que preparar a los niños para la dureza de la vida endureciéndolos con privaciones emocionales o castigos?
Ramón: Depende de qué tipo de sociedad pretendamos. Sabemos que la violencia engendra más violencia y está demostrado que los niños maltratados son más violentos en el colegio que los que no lo han sido. Cuando esos niños sean adultos, serán agresivos con sus hijos, en su trabajo y en sus relaciones.
La sociedad es un reflejo de los individuos que la componen y, si las personas son violentas, tendremos una sociedad violenta.
Si deseamos una sociedad más justa y pacífica, debemos romper con esa violencia retroalimentada generación tras generación. Sé que es difícil romper con esa inercia, pero debemos educar a los niños en el respeto, la empatía y el diálogo.
Mireia: Dices que para una sociedad violenta nace de que las personas son violentas, pero, dime, ¿dónde está el origen de la violencia en la sociedad?
Ramón: Nos puede dar la sensación de que vivimos en un mundo violento y que no podemos hacer nada porque es lo que hemos conocido desde siempre. Pero, si profundizamos un poco, veremos que el origen de la violencia se encuentra dentro de casa, en los maltratos, los insultos, las vejaciones y los abandonos que sufren muchos niños de puertas para adentro.
Esos niños arrastrarán consigo la semilla de la violencia por todo lo que sufrieron en su infancia y, cuando sean adultos, repetirán esos mismos patrones donde quiera que vayan.
La sociedad nos puede parecer un concepto abstracto, pero está formada por cada uno de nosotros. Cada uno contribuye a la sociedad con sus actitudes y su personalidad. Si nosotros somos violentos, la sociedad será violenta. Si multiplicamos lo que comentaba anteriormente por cientos o miles de millones de personas en todo el mundo, entenderemos el porqué de la violencia en nuestra sociedad.
Mireia: Pero, entonces, quieres decir que los padres reproducen la violencia que sufrieron, ¿verdad?
Ramón: Efectivamente. Todos los actos de violencia que recibimos en la infancia, no sólo los azotes, sino también los insultos, las miradas opresivas, las vejaciones y los abandonos, quedan guardados en nuestro interior. Seamos conscientes o no, cargamos con esa violencia.
Quizás, nuestra parte racional la pueda mantener a raya, pero en momentos de tensión o de cansancio extremo, ese control falla y nos aparecen las mismas actitudes que vivimos en nuestra infancia: un mal gesto, un grito o un azote. Para muchas personas, esa educación violenta supone el único modelo que vieron en su infancia y, por eso, al ser padres, repiten con sus hijos lo mismo que ellos sufrieron por parte de sus padres.
Es necesario ser consciente de todos los lastres emocionales con los que nos hemos ido cargando a lo largo de la vida para poder desprogramar los patrones violentos y sustituirlos por otros mucho más sanos para nosotros y para los demás.
La educación de los hijos supone una oportunidad para hacer este trabajo, si estamos atentos a lo que nos provoca que reaccionemos de manera violenta. Y si la situación nos supera, yo recomiendo buscar una ayuda externa y profesional para que nos acompañe en ese proceso de autoconocimiento y liberación. ¿Se pega por el bien del niño o hay otras razones ocultas que los propios padres ignoran?
El círculo de la violencia empieza cuando un niño es maltratado. Ese maltrato puede ser de distinto tipo, azotes, palizas, insultos, vejaciones, pero también abandono y desamparo.
Mireia: ¿Qué sucede en la mente de un niño al que se maltrata?
Ramón: El niño no tiene posibilidad alguna de defenderse y lo único que podrá hacer es adaptarse para sobrevivir a la situación que tiene que sufrir en su casa.
Este proceso implica renunciar a las propias ilusiones y creencias, que son sustituidas por las de los padres.
Al final, el niño maltratado termina creyendo que él es el que se porta mal, que sus padres le pegan por su bienestar y que, además, les debe estar agradecido.
Mireia: Piensa, entonces, que pegar no está mal, que se lo merecía, ¿verdad?
Ramón: Cuando ese niño crece y se convierte en padre, tiene tan interiorizadas esas creencias y está tan alejado de su verdadero yo que ni siquiera se plantea que no se deba pegar e, incluso, estará convencido de que es lo mejor para su hijo y lo hace por su propio bien.
Este proceso es totalmente inconsciente y por eso es tan difícil que los defensores del cachete puedan llegar a entender que no sólo no sirve de nada pegar, sino que, además, están ocasionando un grave daño emocional a sus hijos.
Mireia: ¿Qué puede hacer un padre que quiere evitar los cachetes, pero siente que le salen sin poder controlarse?
Ramón: Ese proceso de ruptura y distanciamiento de su verdadero Yo que comentaba antes tuvo lugar a una edad tan temprana que aún no se había desarrollado la capacidad de analizar o juzgar el comportamiento de los padres.
Fue un proceso totalmente emocional que hizo que esos patrones violentos quedaran muy grabados en su interior.
Por eso, aunque muchos padres se cuestionen, desde su parte adulta, los cachetes y no quieran repetir con sus hijos lo que ellos vivieron de pequeños, en situaciones de máxima tensión es cuando la razón queda nublada, las emociones se desbordan, conectamos inconscientemente con nuestras propias experiencias infantiles y aparecen las reacciones violentas que asumimos de pequeños y quedaron grabadas en nuestro interior.
Mireia: Pero ¿hay solución?
Ramón: La solución no pasa por un control racional desde la parte adulta. Por mucho que se quiera controlar, las reacciones violentas están grabadas a otro nivel mucho más profundo y siempre habrá situaciones que nos desborden y las hagan aparecer.
La tarea más importante es realizar una inmersión a nivel emocional, poder conectar con lo que sentíamos de niños, entender ese proceso de alienación y sumisión que sufrimos por parte de nuestros padres para poder liberarnos de esa carga de violencia y buscar una manera mucho más sana y auténtica de relacionarnos con nosotros mismos, con nuestro entorno y, por supuesto, con nuestros hijos.
Nuestro yo adulto, debe acompañar a nuestro yo niño en la recuperación de sus verdaderos sueños, anhelos y creencias para poder liberarnos de nuestras máscaras creadas por reglas injustas, imposiciones y violencia.
Mireia: ¿Como hacer ese proceso?
Ramón: La mayor parte de las veces, este trabajo no puede hacerlo uno mismo y lo más recomendable es buscar ayuda profesional adecuado para poder atravesar las barreras inconscientes que nos protegieron en su momento y nos ayudaron a sobrevivir, pero que ya no tienen sentido alguno y que, además, nos están dañando a nosotros y a nuestros seres queridos.
Mireia: ¿Qué mensaje recibe el niño al que le corrigen físicamente?
Ramón: Son varios los mensajes que recibe el niño y todos ellos muy negativos.
En primer lugar, al recibir este tipo de castigo arbitrario y cruel, al niño se le está diciendo que sus opiniones y sus emociones no son válidas y no son dignas de ser tenidas en cuenta. Como consecuencia de esto, este niño aprenderá a reprimirse, a contener sus emociones, carecerá de autoestima, no desarrollará el altruismo y la empatía, y se mostrará insensible ante los sentimientos de los demás.
Al no ser respetado en sus opiniones y en su individualidad, el niño también recibe el mensaje de que no es bueno pensar por uno mismo, que hay que mostrarse sumiso y dejarse dirigir por lo que dicen los padres y por extensión, por toda figura de autoridad (con el peligro de falta de flexibilidad mental que esto conlleva y las dramáticas consecuencias que puede acarrear).
Por otra parte, también aprenderá que el más fuerte es el que impone su voluntad mediante el uso de la violencia.
Basta con echar un vistazo a nuestro entorno para comprobar las dramáticas consecuencias de usar la violencia contra los niños.
Mireia: ¿Qué herramientas podemos trabajar para mejorar la comunicación con nuestros hijos?
Ramón: Hay varios pequeños detalles que debemos tener en cuenta para mejorar la comunicación con nuestros hijos y, también, con nuestro entorno.
En primer lugar, es muy importante hablar en primera persona, desde nuestro yo, de lo que estamos sintiendo en cada situación determinada. Es más fácil que los demás puedan ponerse en nuestro lugar y hacerse una idea de lo que nos pasa si podemos expresar lo que sentimos. Además, los niños tienen una especial sensibilidad para captar los estados emocionales de los demás, de modo que, si decimos una cosa, pero interiormente estamos sintiendo otra distinta, los niños captarán esa incongruencia.
Otro consejo que complementa al anterior es hablar únicamente de lo que nos hace sentir la situación que estamos viviendo en ese preciso momento. Es muy habitual que una situación nos sirva como detonante para descargar sobre el otro todos los reproches que hemos acumulado en el pasado. Esto no sirve para solucionar el conflicto actual y, lo único que hace es poner más distancia emocional entre las dos partes.
También es aconsejable abandonar expresiones absolutas como: “siempre haces… “o “nunca eres capaz de…”. Con toda seguridad, esto no es así y seguro que alguna vez será distinto de cómo decimos. Además, esta forma de hablar resulta muy frustrante para el que la recibe, ya que no le da ninguna alternativa y le estará determinando su futuro. Por ejemplo, si le decimos a un niño: “nunca recoges tus juguetes”, estaremos impidiendo cualquier capacidad de cambio y, de esta manera, nos aseguramos de que nunca más los recoja.
Mireia: ¿Pegarle una torta a un niño es maltrato en tu opinión?
Ramón: Cualquier actitud que no respete al niño como persona debe ser considerada como maltrato. Una torta es algo más que la mera agresión física, es una humillación y un abuso de poder del que pega, por lo tanto, debe ser considerada como maltrato.
Mireia: ¿Merece algún niño un golpe o cachete?
Ramón: En este aspecto no podemos ser tibios, NUNCA hay justificación para pegar a un niño, en ninguna circunstancia. No hay nada que pueda hacer un niño que pueda ser merecedor de un cachete. El problema es siempre del adulto que pega, nunca del niño.
Mireia: ¿Cómo debemos reaccionar ante una rabieta o una actitud agresiva de un niño?
Ramón: En primer lugar, debemos mantener la calma. Si nos ponemos nerviosos añadimos más tensión a la situación y será mucho más difícil que el niño se tranquilice.
Tenemos que aprender a reconocer los signos anticipatorios (un gesto de desagrado o un “no quiero”) que nos pueden indicar lo que de verdad desea el niño. Muchas veces, las rabietas surgen por la frustración que siente el niño al no sentirse comprendido. Debemos prestarle atención y preguntarle qué es lo que le pasa, qué es lo que quiere.
Cuanto más comprendido se sienta el niño y mejor pueda comunicar lo que desea, menos rabietas tendrá.
Evidentemente, habrá situaciones en las que el niño no pueda hacer lo que quiere en ese momento, entonces, habrá que explicarle los motivos de manera clara y ofrecerle alternativas.
Mireia: Incluso si creemos que nunca hay que pegarle a nadie nos podemos encontrar con que a nuestro hijo le pegue un compañero del colegio, ¿no deberíamos enseñarle a defenderse en esa ocasión?
Ramón: Un niño criado con amor y respeto, tendrá la autoestima suficiente para ser capaz de defenderse sin necesidad de utilizar la violencia. Y también sabrá evitar a los compañeros agresivos y las situaciones peligrosas.
Por otro lado, si la comunicación con los padres es fluida y sincera, podrá acudir a ellos en el caso de que tenga algún problema con algún compañero con la confianza de que será escuchado.
Si el niño es pequeño y aún no maneja las herramientas lingüísticas adecuadas para defenderse, debemos ser nosotros los que busquemos la manera de interponernos entre nuestro hijo y el otro niño.
Mireia: ¿Y si nuestro hijo pega, aunque nunca le hayamos levantado la mano?
Ramón: Aunque nunca se le haya pegado, de alguna manera, el niño debe haber percibido agresividad en su entorno. La violencia puede tomar muchas formas, unas más explícitas y otras menos, por ejemplo, las discusiones entre familiares, los gritos, actitudes demasiado rígidas o dejar al niño llorando solo, también son percibidas como actos violentos que generan estrés en el niño.
Este “caldo de cultivo” facilita que el niño aprenda a pegar como manera de expresar su ira y, si continúa el ambiente agresivo en casa, lo más normal es que el niño pegue cada vez más.
Mireia: Las peleas entre hermanos pueden ser un problema y es común que lleguen a las manos, ¿cómo pueden intervenir los padres en líneas generales?
Ramón: Es un tema habitual que puede llegar a desbordarse si no lo encauzamos adecuadamente.
Cuando surgen estos juegos de peleas, es importante que los padres estén atentos para captar el estado emocional de los niños y ser capaces de intervenir cuando uno de ellos no esté a gusto y no disfrute del juego. En ese momento, son los padres los que deben marcar unos límites precisos definidos por el respeto al otro, por ejemplo: “si uno de vosotros no quiere continuar o llora, el juego se acaba”.
Con estas normas claramente definidas, los niños pueden disfrutar de ese tipo de juegos, pero manteniendo siempre los límites mínimos del respeto al otro.
Mireia: ¿Y si es a un bebé a quien su hermanito mayor le pega o le molesta cuando no miramos?
Ramón: La llegada de un hermano siempre supone una revolución en la familia y el mayor puede sentir que pierde privilegios y tiempo de atención de sus padres por culpa del pequeño. En ocasiones, el hermano mayor puede reaccionar con hostilidad hacia el pequeño. Debemos procurar que el hermano mayor no sienta esa pérdida de atención, hay que buscar la manera de seguir dedicando tiempo a jugar con él, a pesar de que el pequeño nos reclame toda la atención.
Es importante hacerle partícipe de la nueva vida con su hermano. Al ser mayor, puede ayudar en algunas cosas, pero no debemos olvidar que sigue siendo un niño y no podemos cargarle con obligaciones que no le corresponden.
Es raro que un niño criado con apego y con sus necesidades emocionales cubiertas llegue a pegar a su hermano pequeño, pero, dado el caso, debemos explicarle los motivos por los que no se debe pegar. Podemos decirle que su hermano es más pequeño, que le puede hacer daño si le pega o que esa no es la manera de solucionar las cosas.
Mireia: Estamos hablando de cachetes y bofetones, pero ¿es una forma de violencia el chantaje, las amenazas o los gritos?
Ramón: Efectivamente, son formas de violencia que crean un gran desequilibrio en el niño. Podríamos considerar los gritos, amenazas y chantajes, como violencia psicológica.
También, me gustaría añadir como forma de violencia, el enorme poder represivo de la mirada. Muchos de mis pacientes me han comentado que sólo con una mirada severa de sus padres, se echaban a temblar de miedo. No era necesario el azote, porque ya estaban intimidados con la mirada.
Como veis, esta manera de tratar a los niños no deja cicatrices físicas, pero los efectos sobre la psique del pequeño serán tan devastadores como un tsunami. Si quieren sobrevivir en ese ambiente tan duro, tendrán que adaptarse y sacrificar partes importantes de su alma que quedarán arrinconadas en lo más profundo de su sombra. Cuando crezcan, todos los patrones que tuvieron que adoptar para sobrevivir, seguirán afectándoles en su vida, provocando infinidad de problemas psicológicos y numerosas enfermedades físicas.
Mireia: ¿Es el abandono emocional otra expresión del maltrato y la violencia?
Ramón: Claro, Mireia, tampoco debemos olvidar que esta forma violencia que suele ser, incluso, más perjudicial que los cachetes.
Hay distintas formas de abandono. Cosas como no atender a sus necesidades cuando lo pida o dejarle llorar solo en una habitación, crean en el niño una sensación de desamparo absoluta que no sabrá cómo manejar.
No aprenderá una manera sana de manejar sus emociones y, cuando sea adulto, será mucho más vulnerable al estrés y su sistema inmunitario estará debilitado y tendrá más tendencia a enfermar.
Mireia: Mucha gente dice que a ellos les pegaron y no se traumatizaron o no salieron mal. ¿Eso es así?
Ramón: Resulta curioso que muchas personas que defienden los cachetes digan que no están traumatizados por ellos. En mi opinión, el mero hecho de defender los cachetes ya indica que sí están afectados por la educación restrictiva que recibieron.
Aunque no se puede generalizar, este tipo de personas suelen ser represivas y reprimidas, tienen una forma agresiva de defender sus opiniones y muy poca flexibilidad mental para adaptarse a los cambios. Todas estas características son las que se observan en los niños que han sido maltratados y, si las encontramos también en los adultos que defienden los azotes, no resultará difícil deducir que sí están traumatizados.
Mireia: ¿Qué excusas se suelen dar los padres que usan los cachetes y bofetones para usarlos?
Ramón: Las excusas son muy variadas, la mayoría de ellas se deben al desconocimiento de los procesos físicos y emocionales de los niños. Por otro lado, esos padres también sufrieron ese tipo de educación restrictiva cuando fueron pequeños y, muchas veces inconscientemente, buscan excusas autoconvencerse de que está bien pegar a los niños.
Los pretextos más habituales suelen ser que el azote no deja traumas emocionales, que con los niños no se puede dialogar y sólo sirve el azote, que “me duele más a mí, pero lo hago por tu bien”, que hay que prepararles para la dureza de la vida y otra larga lista de excusas que sólo muestran la cerrazón y la poca flexibilidad de unos padres que temen mirar en su interior y cuestionarse si la educación que recibieron de sus padres fue la correcta.
Mireia: ¿Se puede dialogar con un niño pequeño o es necesario, a veces, corregir con un cachete para evitar que se ponga en peligro o se desmande?
Ramón: Los niños pequeños apenas pueden hablar y no podemos tener profundas charlas filosóficas con ellos, eso está claro, pero no significa que no entiendan lo que sucede a su alrededor. Es más, un problema de maduración de su aparato fonador que de comprensión.
Desde muy pequeñitos pueden saber que hay cosas que no pueden hacer porque pueden ser peligrosas. Hay muchas maneras de advertirle del peligro, podemos sujetarle o cambiarle de sitio si está cerca de una estufa caliente, podemos elevar el tono de la voz si estamos lejos y le vemos en una situación de peligro inminente, pero el cachete nunca está justificado. Además, siempre podemos acompañar lo anterior de una explicación, diciéndole lo peligroso que puede ser hacer tal o cual cosa.
Tampoco debemos olvidar que debe ser tarea de los padres acondicionar el entorno de manera que sea lo más seguro para su hijo, neutralizando enchufes, bloqueando escaleras o escondiendo cuchillos. El niño va comprendiendo poco a poco el concepto de peligro, por eso no lo podemos dejar desatendido en sus primeros años.
Mireia: ¿Qué pasa cuando un niño acostumbrado a los azotes o tortas crece y se convierte en adolescente?
Ramón: Últimamente, proliferan en televisión los programas en los que aparecen adolescentes conflictivos cuyos padres son incapaces de manejar. Muchos de ellos son agresivos e, incluso, llegan a pegar a sus progenitores. Todos (presentadores y público) se escandalizan y demonizan a estos chavales, haciéndoles ver lo violentos que son y cómo sufren sus pobres padres, a los que presentan como meras víctimas de todo el drama familiar.
El objetivo de los expertos es corregir a estos adolescentes violentos, pero en ninguno de estos programas he visto que intenten averiguar de dónde procede esa violencia investigando lo que sucede en el entorno familiar y profundizando en la infancia de esos niños para averiguar cómo les trataron sus padres. Quizás temen enfrentarse a la realidad de unas infancias con tremendas carencias emocionales y, en muchos casos, con maltratos físicos y psicológicos.
La violencia no aparece espontáneamente a los 13/14 años. Antes de eso, hay todo un proceso que empieza desde que los niños son muy pequeñitos con agresiones verbales, algún azote o quizás muchos, menosprecios y abandonos.
A veces, la violencia comienza incluso antes, desde la vida uterina, en la que estas personas ya se sentían despreciadas, poco queridas o recibían las mismas agresiones a las que era sometida su madre.
No deberíamos extrañarnos de que esos niños se conviertan en los adolescentes de los que renegamos en esos programas de televisión.
Mireia: ¿Cómo y cuándo podemos empezar a comunicarnos con nuestro hijo?
Ramón: En realidad, podemos empezar a proporcionar a nuestros hijos los rudimentos de la comunicación ya desde el embarazo. Todos los estímulos que recibe el bebé uterino, la voz de la madre, la música, el tacto, nos pueden servir para establecer un primer diálogo con él. Resulta impresionante comprobar cómo el bebé reacciona de manera distinta cuando algo le gusta o cuando algo no le gusta, cuando está relajado o cuando está tenso.
Las mujeres embarazadas pueden jugar a dar unos golpecitos en un lado de la barriga y comprobarán que, al poco tiempo, su bebé se mueve y responde a esos golpes. Si, después cambian de lado y vuelven a dar unos golpes suaves, el bebé se volverá a mover.
Se ha comprobado que, nada más nacer, el bebé puede distinguir la voz de su madre de la de otras mujeres y que reacciona de manera distinta a palabras de su lengua nativa que a palabras de otros idiomas. Todo esto indica que el bebé está perfectamente equipado para atender al lenguaje.
Esa idea tan extendida de que, hasta los tres años, los niños no se enteran de nada está totalmente desfasada y es fruto del desconocimiento. La estupenda psicoanalista infantil, Françoise Dolto decía que “el ser humano tiene la misma capacidad de comprensión desde el momento de su concepción hasta su muerte”.
Mireia: A pesar de que el Código Civil no acepta la bofetada como opción educativa o correctora, sigue habiendo muchos padres y hasta algún juez la defienden, ¿por qué?
Ramón: Nos puede sorprender que personas inteligentes, instruidas y que han tenido que superar durísimas oposiciones, defiendan públicamente el uso del bofetón como medio para educar o corregir a los niños. Solemos asociar la violencia a personas de clase social baja y con poca cultura, pero se ha comprobado que el cachete está presente en muchas familias, independientemente de su nivel cultural, social o económico.
Quizás sea más fácil comprender que muchos jueces, médicos, psiquiatras, etc. defiendan golpear a los niños si pensamos que estas personas también fueron niños y, con toda probabilidad, fueron niños maltratados física o psicológicamente. Imagino que, como muchos otros, ellos también tuvieron que sacrificar una parte de su libertad y su espontaneidad de niños para adaptarse a las restricciones de sus padres.
Por desgracia, mientras los adultos no se liberen de las erróneas ideas que tuvieron que asumir en su infancia y no reconozcan el daño que sufrieron, seguirán condicionados en su trabajo por sus carencias y continuarán defendiendo la bofetada como método educativo.
Hasta aquí hemos llegado hasta hoy. La cuestión del maltrato hacia los niños en lo que se refiere a los azotes, gritos, menosprecio o amenazas sigue siendo un tema para el que nuestra sociedad sigue sin estar preparada.
Reconocer que los niños merecen el mismo respeto y protección que un adulto es complicado pues muchos de los adultos de hoy fueron niños que sufrieron acciones que les cuesta reconocer como negativas, y se ven condenados a justificarlas y repetirlas. Necesitamos herramientas para, una vez reconocemos que a un niño no se le puede hacer daño igual que a un adulto, sepamos evitar ese comportamiento en nosotros mismos.