En semanas pasadas he leído notas sobre actos violentos de niños y adolescentes que realmente me han dejado sin palabras.
Esas noticias son demasiado terribles para enlazarlas, estoy muy impactada y sinceramente creo que una sociedad donde los niños ven como algo normal asesinatos y ejecuciones, donde en cualquier puesto de periódicos exhiben las fotos en close-up de personas muertas, donde en canciones y programas de televisión se ensalza la violencia y a la gente violenta no tarda en reflejarse en los mas desprotegidos.
Los niños y adolescentes que perpetraron esos actos ahora son objeto de muchas “buenas conciencias” que claman por la pena de muerte para ellos y “eliminar esa escoria” del mundo, el asunto es que esos niños son parte de esta sociedad en la que todos participamos, algunos activamente, otros mirando hacia otro lado.
¿En que clase de familia crecen niños que agreden a otros niños a esos niveles? ¿quien y cómo los criaron, que les enseñaron? no se, no me lo imagino, pero creo que son una bandera roja y además de horrorizarnos y señalar, necesitamos hacer un poco de conciencia y darnos cuenta de que si seguimos mirando hacia otro lado sin hacer nada, seguimos normalizando que nuestros hijos crezcan en una sociedad donde puedes ver una ejecución sin pestañear
Me llegó este texto de Laura Gutman, le puso palabras a muchos pensamientos que tenía al respecto, y espero que en un futuro se tome conciencia de la importancia de la crianza y el contacto para los seres humanos.
La violencia empieza en la falta de maternaje cuando fuimos niños
Todas las formas de violencia pasivas o activas, concretas o sutiles, se generan a partir de la falta de maternaje, es decir por ausencia de atención, disponibilidad, amor, brazos, empatía, generosidad, paciencia, comprensión, leche materna, cuerpo, mirada y sostén….recibidos –o no- desde el nacimiento y durante toda nuestra infancia.
Desde el punto de vista del bebé que hemos sido, toda experiencia sin suficiente apoyo y sostén ha sido hostil, por lo tanto violenta. Porque actúa en detrimento de las necesidades básicas de los niños quienes nacemos totalmente dependientes de los cuidados maternos.
Los niños necesitamos al adulto maternante para sobrevivir. Necesitamos contención, calor, protección corporal permanente, disponibilidad y cercanía emocional de nuestra madre que media entre el mundo externo y nosotros.
Sin embargo esa no ha sido nuestra vivencia infantil. Casi todos hemos experimentado un nivel de hostilidad y de distancia emocional que nos ha obligado a desarrollar ciertos mecanismos de supervivencia frente a diferentes niveles de soledad, abandono, violencia activa o pasiva, desprecio, humillación, desatención o distancia emocional. Esos mecanismos están descritos en varios libros que he publicado y que demuestran cómo se perpetúa la violencia en el mundo. Los mecanismos de supervivencia serán análogos a la violencia recibida. Aprenderemos a usarlos en cada circunstancia, cada ámbito, cada vínculo afectivo con el propósito de salvarnos incluso si el otro -quien sea- termina herido. Esos mecanismos -que son diversos y que no los describiré en el presente artículo- los aprendemos durante nuestra infancia, los aceitamos durante la adolescencia y los desplegamos durante la adultez, de modo inconsciente. Que sean reacciones inconscientes o automáticas, es decir que explotemos, castiguemos, humillemos, despreciemos o sometamos al otro “sin darnos cuenta”, no nos quita responsabilidad a los adultos. Justamente nuestra obligación es comprender nuestros automáticos. Alguna vez tendremos que abordar en primer lugar, qué nos pasó cuando fuimos niños y qué hemos hecho luego para sobrevivir a ese nivel de desamparo sufrido. Para luego aceptar, comprender y hacernos cargo de la violencia que hoy desplegamos sobre quien es más débil, es decir sobre quienes son niños hoy.
Entiendo que nos parezca espantosa la violencia de género, la violencia en las escuelas, la violencia del narcotráfico o la violencia social. Sin embargo esa violencia colectiva es consecuencia de cada una de nuestras realidades emocionales que aún vibran en nuestro interior como reacción a las propias experiencias infantiles. Por lo tanto, hay algo urgente que podemos hacer cada uno de nosotros: Revisar con ojos bien abiertos qué nos acontenció, aceptar el nivel de violencia al que hemos estado sometidos sobre todo por nuestra propia madre y reconocer la manera en la que hoy -cada uno de nosotros- ejercemos violencia sobre alguien más débil. Hay mucho para asumir antes de suponer que los violentos son los otros.
Laura Gutman