Convertirte en madre no implica dejar de ser persona, o dejar de ser mujer, mas sí eres otra, lo que en ocasiones conlleva un duelo, una desubicación y en algunos casos, una desconexión con el referente interno, en una búsqueda desesperada por ser la mejor madre posible para tu hijo.
Te conviertes en madre, o te vas convirtiendo en madre poco a poco. A veces desde que ves esa segunda línea muy fina en el test de embarazo; a veces desde que empiezas a buscarlo –meses antes o incluso años–; otras veces en el momento del parto… Antes o después comienza la transformación de la mujer que fuiste en la madre que eres.
Llega la maternidad y el reto de transformar lo que no quieres transmitir se hace presente, porque antes o después todo lo pendiente en tu historia personal se activa y aparecen automatismos que ni siquiera sabías que tenías. Por ello la maternidad puede convertirse en un proceso transformador para nosotras, siendo capaces de aportar a nuestras criaturas todo lo que a nosotras nos falto o hubiéramos necesitado diferente.
A veces la maternidad directamente nos reconecta con el instinto y de pronto toda la fuerza que nos había faltado, aparece para quedarse y ese ser indefenso que se alimenta de nuestra leche se convierte en la gasolina para ponernos al mundo de frente y sacar toda la energía que por nosotras mismas nos costaba tanto. También puede ocurrir que surjan la confusión, las dudas, el perfeccionismo crónico o las maternidades idealizadas, que nos hacen sentirnos insuficientes, culpables; o no darle a nuestra voz la fuerza suficiente y perdemos la conexión con nuestro poder personal, en esa fase de transición donde ya no somos quienes fuimos y aun no nos sentimos en la nueva piel.
Trucos que ayudan
No existen remedios mágicos, y cada mujer gestiona de un modo diferente la experiencia de ser madre así que tal vez puedan ayudarnos algunos de estos trucos.
Intenta volver al cuerpo: Durante el embarazo compartimos nuestro cuerpo durante nueve meses con otro ser humano y después con la lactancia materna y la necesidad de contacto, nuestro cuerpo deja de ser del todo nuestro, por ello es importante volver a él, sobre todo en esos momento donde tengamos dudas sobre las decisiones que tomar, o se nos activen mecanismos automáticos, o simplemente estemos desbordadas. Sentir con el cuerpo qué es lo mejor para nosotras y nuestra familia, nos ayudará a reconectar con el instinto frente al ruido que viene de afuera.
Ser la madre que soy: A veces intentamos ser perfectas, y nos debilitamos en cada intento. Reconocernos en la madre que somos, nos da mucha fuerza. Puede que sea la madre que acoge, más que la madre que juega; puede que sea la madre capaz de intuir las necesidades de sus hijos y al mismo tiempo, la que no se puede despegar del móvil; puedo ser la madre que transmite calma, o la pierde, pero es extremadamente divertida y les sabe hacer reír. No necesito ser todas y si me reconozco en la madre que soy, podré transformar lo que no quiero transmitir, desde la fuerza, no desde la sensación de no ser nunca suficiente. La madre que eres tiene mucho que ver con la mujer que fuiste antes de ser madre, nunca reniegues de ella.
Ten tu historia personal presente: Tú no eres tu madre, y tampoco lo son tus hijos. Habrá momentos en los que te puedas sobreidentificar con alguno de los dos roles. Trata de bucear en tu historia, puede que tus padres tuvieran dificultades con el contacto físico, o no recibieras lactancia materna, y que a veces te cueste estar presente en el contacto. Puede que les costara acompañar las explosiones emocionales, o siempre estuvieran pendientes de la referencia externa en la edad escolar etc. Si sabes dónde estuvieron sus dificultades, estarás más presente para darles la vuelta cuando tus hijos lleguen a esa etapa y toquen esa herida. Siendo consciente de que no es tu culpa, ni la suya, y validándote siempre lo que estás sintiendo, porque tu mochila, también eres tú.
Almudena Martín. Historiadora experta en Procesos de Desarrollo Personal Femenino www.hoytodoencaja.com
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